miércoles, julio 23, 2008

Historias del Autoservicio. Capitulo Final (1/2): LA FIRMA DEL FINAL



Falchemost entró lentamente en el Autoservicio. Tiempo atrás hubiera ojeado con miedo a su alrededor, temiendo las miradas inquietas de los presentes. Ya no. Todo el mundo se termina acostumbrando a tu a aspecto sea el que sea. Incluso si es el del un alien. Un alien buena persona.






Flachemost nació en Camerúm, una fria tarde de invierno de las de por alli. Al principio nadie reparó en su aspecto, por aquello de que era oscuro y claro, tampoco es que se distininguieran mucho los rasgos. Después, cuando creció, su padre empezó a sospechar que aquella tarde en que su mujer llego corriendo estepa a traves con una sonrisa de oreja a oreja gritando que había visto un ovni, algo más tenía que haber pasado.



Flachemost andó con lentitud, arrasatrando los pies. Al pasar por la mesa número dos un perro se revolvió entre sus piernas y estuvo a punto de caer. Un niño se tiró par acogerlo y su madre le pidió disculpas con una sonrisa timida. El alien estaba hasta las branquias de todo aquello, y se sentó en la primera mesa que encontró libre, la mesa número siete “bis”.

Resultose, en todo caso, que en la mesa si que había una persona. Se ve que la vista periférica del alien no daba para puntos centrales de visión, pero lo cierto es que allí estaba. Cualquier hombre que se hubiera preguntado sobre la identidad de aquella persona, no habria tardado en responder: era Manrri Pekarinen. Si, ese, el puto finlandés de mierda del Mundial de Curling. Ni Fachemost reparó demasiado en su presencia ni Manrri se molestó demasiado en ver quien, de manera espontánea, había decidido hacerle compañía en aquella mesa. Ambos compartían a parte del lugar, un profundo sentimiento de depresión. Fashemost sacó un pitillo de uno de sus pliegues, se dio la vuelta, alzó una de sus garras y pidió un whisky doble. Miró a través de la ventana y exhaló un profundo suspiro de pura desidia. La tarde erá gris, un gris de esos que no te dicen nada. Manrri comenzó a hablar, como si lo hiciera consigo mismo.




De Manrri solo huelga decir que el dia en que se hizo esta foto estaba jugando un partido de futbito y la camisetas e la había dejado su primo







- ¿Sabe? Ni siquiera me llamo Manrri Pekarinen. Mi nombre es Tot Capotillo. Si, como lo oye. Tot Capotillo. Mi padre me cogió a la edad de cinco años, me tiró fuerte de la oreja y me gritó “niño mierda, si quieres triunfar, cambiate el nombre. Es ridiculo. Manrri Pekarinen por ejemplo”. Ya ve, me cambió un nombre absurdo y me puso otro basado en el sonido gurutal de mi loro y la marca de palillos que él usaba. Palillos Pekarinen, si. Ah, ¡y lo de finlandés? ¡Yo no soy finlandés, dios me libre!. Soy de aquí, de este puto pais del cual parece que la gente se ha olvidado hasta del nombre. Ni siquiera se donde está Finlandia. Si cree usted que eso es poco escuche, se va a reir. No soy jugador de Curling, me contrataron de eventual para la sesión de fotos para el puto album de cromos de Jarini. Resultó que el finlandés al que le tocaba hacerse la foto huyó despavorido porque decía que él no se hacia una foto, que las fotos te arrancaban los ojos, o algo asi. Fui a por él con un arpón y en ese momento saltó la camara fotográfica. Por eso salgo casi de espaldas, claro. No se complicaron la vida y me pusieron a mi. Ya ve. ¿Quiere un final bonito para la historia? Hubo una huelga en la fábrica de Jarini, en mitad de la producción de las puñeteras pegatinas. Claro, adivine, el que controlaba la maquina que fabricaba mi pegatina, japones. Y claro, se puso a hacer la huelga a la japonesa, o sea currando el doble. Total, que al final hubo el doble de pegatinas con mi cara que del resto del jugadores juntos del puto Mundial y los frikipollas coleccionistas no tuvieron otra cosa que cabrearse conmigo porque salía mi cara siempre en sus putos sobres de putos frikis de putos coleccionistas de tonterias. Ahora voy por la calle y me tirán rocas volcanicas. No sabe usted lo que duele una roca volcánica, casi tanto como una bofetada. Me dan ganas de gritarles que se equivocan, que nunca vieron ni tan siquiera el Mundial de Curlin, que yo soy Tot Capotillo, y que no soy un puto finlandés de mierda…. En fin. ¿tiene un cigarro para mi?

Falchemost le pasó el paquete. Al escuchar la historia del falso finlandés, reflexiono profundamente. Se giró y miró vagamente. Aretha perseguía con una sarténa Hector mientras le gritaba “¡Como que vas a traspasar el local a una empresa de cosméticos!”. Pasto y Terre reían al fondo junto al servilletero parlante, AliciaTockneville se emborrachaba junto a varias de las personas que le habían hecho sonreir y llorar en aquellos días. Sonrió. Las babas que su fisonomía no podían retener caían continuamente por la comisura de los labios, aunque su comensal no parecía percartarse de ello mientras fumaba su pitillo.
-¿sabe que es lo peor? –dijo el alien mientras echaba el humo de la última calada por los orificios frontales- que todo esto va a seguir igual mañana, y pasado. Si las cosas van bien cambian rápidamente a mal. Si las cosas van mal, o no van simplemente, siguen asi. ¿O cree que esto va a cambiar, que la gente que viene a este lugar dejará de hacerlo, que estos tipos desapareceran de nuestras vidas? Este lugar seguirá aquí ahora y siempre. Pero, oiga bien, quizas eso sea la buena noticia de todo esto. Porque todo esto, al fin y al cabo, no estaba tan mal, ¿cierto?.

Manrri Pekarinen lo miró profundamente. Después torció el labio, se levantó y observó el desierto. Luego tiró la colilla sobre la mesa y cogió su sombrero.
-No te jode, y encima me toca un alien filosofo. Venga ya, hombre.
Y se fue. Falchemost no tuvo más remedio que dejar cinco monedas sobre la mesa, pagando su whisky y el té helado del Manrri, y encaminar la salida. El perro volvió a cruzarse en su camino, pero esta vez se lanzó sobre él y lo engulló de un trago. Al niño no pareció molestarle en exceso y la madre inclusó se alegró, y Flashemost se sintió a gusto. Le gustaba aquel lugar, aquella gente, aquellas historias. Y pensaba que aquello continuaría para siempre…

Pero lo que él no sabía es que justo en ese momento Hector Rocha firmaba el contrato de traspaso de local a la tienda de Cosméticos Y2J.