martes, agosto 29, 2006

Historias del Autoservicio. Capitulo 9. LA ÚLTIMA CENA

James Pelele entró en el autoservicio. Se paró en la puerta y oteo cual sería la mesa más propicia para no tener contacto con ninguno de los seres humanos que al parecer habían tenido la idea de acudir a ese autoservicio en concreto para joderle. Al fondo a la derecha vio lo que buscaba, una mesa esquinada y solitaria. Se dirigió a ella y se sentó, sin prestarle más atención de la necesaria a nadie que no fuera la gorda camarera negra con la que tendría forzosamente que intercambiar unas palabras y a la que estudió con detalle por si representaba una amenaza. Al fin y al cabo iba a ser su última cena, así que por lo menos que se la sirviera alguien y que fuera lo más grasienta y malsana posible, la comida claro, esperaba que la gorda se lavará. Por eso había acudido al autoservicio.












James Pelele. Solitario, temeroso de todo en general y consumado jugador de Risk Virtual, una versión inventada por él mismo en la que asume el rol de los 6 participantes. Comenzó a trabajar en la copistería de la Facultad el primer año de carrera y todo porque el dueño tuvo una visión y le convenció de que había nacido para hacer fotocopias. Le venía bien el dinero así que aceptó pero tenía la esperanza de que estudiar le serviría para algo. Se equivocó. No se le conoce mujer, ni hombre y pese a las especulaciones, tampoco animal de compañía. Piensa que todo le ha salido mal en la vida por llevar ese apellido. Tiene razón.


Se sentó y a los pocos segundos ya se estaba empezando a poner nervioso. Estaba claro, todos aquellos cabrones estaban pendientes de él, malditos todo ellos, haciéndose los disimulados, como el tipo aquel flipado del casco raro. Siempre le pasaba igual, en el curro de mierda sentía las miradas de la gente en el cogote mientras les fotocopiaba la mierda de apuntes que traían, James odiaba a aquellos tipejos que nunca iban a clase para poder hacer fotocopias y mirarle el cogote; también por la calle, toda la gente que se cruzaba con él hacia como que no le miraba pero el sabía que así era y cuando lo pasaban se volvían y sonreían. ¿Por qué todo el mundo tenía que burlarse de él en lugar de dejarlo tranquilo? Para colmo la mierda de camarera, la única que tendría que estar fijándose en él, hacia tales esfuerzos para aparentar que no se estaba descojonando, que no se acercaba a preguntarle que iba a tomar. Al final tuvo que decidirse por hacer una maniobra muy arriesgada que conllevaría que todos los capullos de aquel bar tuvieran que contener las carcajadas. Primero levanto tímidamente la mano, como tratando de que sólo viera el gesto la camarera, pero volvió a bajarla rápidamente, porque en ese momento entró un bombón de mirada virginal por la puerta y si había algo que Pelele no soportaba era que fuera un bombón quien se riera, así que decidió esperar a que la camarera se apiadara de él que era lo que solía hacer. Después de un rato la camarera se apiado del tipo raro y solitario de la mesa de la esquina y decidió contornear sus caderas de negraza hasta él. Mientras se acercaba James pensó que aquel debía ser el sueño al que se refería de Martin Luther King, él hacia tiempo que también había dejado de tener esos sueños y esperaba no volver a tenerlos por el mismo procedimiento que el viejo reverendo.

Rosetta lo miró con la misma cara con la que miraba a todos los clientes, cara de absoluta indiferencia y de una incipiente impaciencia, y le preguntó – A ver hijo, que va a ser….-

- No…, no…. soy… su hijo… - tartamudeó James y con más seguridad y mirando a la camarera con cara de odio añadió – así que no vuelva a llamarme así, ni muchacho, ni joven, ni muchísimo menos campeón. Póngame todo el chorizo frito que puedan preparar en su cocina, 6 huevos fritos y todas la patatas fritas que crea conveniente para acompañarlos, y le advierto que me gusta que estén bien acompañados…

- ¿qué le pongo de beber? O prefiere tomárselo a palo seco… - preguntó Rosetta con cierto retintín.

- Póngame una botella del mejor ron que tengan en este antro aquí al ladito.

- ¿Sabe que todo eso puede sentarle como una bomba en el sistema digestivo? – Rosetta estaba empezando a preocuparse realmente por el pobre tipo.

- Traiga la puta comida y el ron y preocúpese de sus asuntos... De todas formas por si le interesa de verdad, cosa que dudo…sepa que no tengo la menor intención de digerir nada de todo esto….

El trato con un hijo como Gustav había convertido a Rosetta en una mujer capaz de pasar de un estado emocional a otro en breves segundos así que osciló rápidamente de la pena por lo que aquel cliente iba a hacerse a si mismo al profundo odio al pensar en lo que se le podía venir encima…- Espero que no este pensando en vomitarlo en este local…porque si lo hace, cuando se agache con sus patéticas arcadas saldrá volando por la puerta de una patada en el culo.

- ¡¡LARGESE!! – gritó James.

Mientras esperaba la comida James pensó en lo que iba a hacer nada más llegar a su apartamento. Había escogido cortarse las venas como forma de suicido porque podría morir sentado y además pegándose un baño de agua calentita. Este iba a ser su día, o al menos su medía tarde, puesto que acababa de salir de la papelería, por eso iba a comer y beber lo que le diera la gana, y por eso su muerte iba a ser lo más cómoda posible. Pensó también en porque diablos había ido a trabajar el día de su suicidio cuando nadie podría echarle nada en cara nunca más, pero la respuesta le vino inmediatamente: No hubiera sabido que hacer con todo un día para él. Siguió pensando en la escena de su muerte durante la cual escucharía “Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis” de Vaughan Williams, una música que evocaba una perdida mucho más grande de la que su desaparición supondría para el mundo en general y para nadie en particular, pero que aún así le parecía apropiada.

Rosetta le fue dejando la comida y la bebida en la mesa sin dirigirle una sola palabra y James empezó a devorarla con más gula que hambre. Se dio cuenta demasiado tarde de que se había pasado pidiendo el ron sólo sin coca-cola para acompañarlo, pero había pensado que hoy era un día especial y que era más apropiado beber el ron como todos los hombres acabados de todas las tabernas de mala muerte del mundo. En fin, no iba a volver a hablar con la camarera y mucho menos exponerse a las risas de todo el mundo cuando vieran la triste jugada. Comería a palo seco.

Cuando iba por el cuarto huevo frito y se debatía entre pedirle algo de beber a la camarera o tener que dejar su suculenta comida por obstrucción de la garganta y el esófago, un ruido le hizo mirar hacia la puerta del autoservicio. Acababa de entrar un enmascarado con una sierra mecánica. En ese momento un James Pelele que sólo había existido en otra ocasión en su vida se levantó con decisión de la mesa, arrancándose con fuerza la servilleta que tenía al cuello y se encaminó a la puerta mascullando:

- No, no, no, eso si que no, este es mi gran día…

Escrito y dirigido por E. Teteriuk.