martes, julio 11, 2006

HISTORIAS DEL AUTOSERVICIO. CAPITULO I. EL CAMBIADOR DE MATERIA




Stefanep espera sentado en la mesa número siete, la más lejana con respecto a la puerta de las que se situan frente a la cristalera del Autoservicio. Relee su Libro Rojo de Mao, que siempre lleva en un bolsillo. Sigue habiendo cosas en ese libro que no entiende, pero aun asi lo mantiene como su libro de cabecera. Cuando hay situaciones que no sabe como resolver en su vida cotidiana, suele buscar apoyo en esas hojas. Generalmente, todo hay que decirlo, Mao no ayuda a Stefanep a solucionar estas dudas, pero siempre encuentra una bonita frase que, sin venir al caso, reconforta a nuestro hombre.

Estudiante perenne de Bellas Artes, Stefanep Kurtzi se considera a si mismo un idealista consumado. Ve en el Comunismo la verdadera salvación de una humanidad que considera en un estado de continua decadencia. Muchos de los más cercanos amigos de Stefanep confiesan con mirada cómplice que lo suyo es pura fachada, y que realmente es un pequeño burgés, hijo de papa, con pocas aspiraciones en la vida y mucho tiempo libre que, por supuesto, no gasta en salvar a las ballenas, si no en ir a ciertos bares e intentar ligarse a alguna turista francesa. El siempre afirma que solo pretende conocer el mal humano en las distintas culturas de este mundo. Lo cierto es que su cama conoce el mal de trece culturas distinas, y todas eran guapas.

A pesar del romanticismo que a algunos puede inspirar esta descripción de Stefanep, lo cierto es que en este preciso instante en que nos fijamos en él, en aquel cochambroso bar, Stefanep simplemente mira su libro mientras intenta encontrar palabras que rimen con “Mao”. Nadie hubiera podido decir que son los pensamientos que un buen idealista tiene cuando lee al poderoso hombre chino, pero no entraremos aquí a juzgar cuestiones de tal calibre.
En el preciso instante en que Stefanep por fin haya una palabra (Curasao, aunque no sabe exactamente cual es su significado), Hertem Troms posa la mano en su hombro.
-Siempre leyendo ese pequeño libro, ¿eh?

Hertem Troms es un hombre con poca vida social. Vive solo en su casa y su labor se centra en la creación tecnológica. Suele pasar las horas en su garaje. A pesar de ser un tipo encerrado en si mismo y en su garaje, alguna vez ha salido a tomar alguna copa, terminando borracho y, por alguna extraña razón, siempre acaba tirado en una cabina telefónica. Algunos dicen que en su estado etílito encuentra el valor para hacer una llamada, misteriosa, pero que nunca llega a realizar. El siempre afirma no acordarse de nada al dia siguiente, y por supuesto, obvia decir que jamas reconoce tener ninguna llamada pendiente que requiera valor.

-Hombre Troms, sientante. Que te cuentas, hace ya… buff… no se, cerca de seis meses que no nos vemos…
-Es cierto, he estado trabajando en este pretérito cercano al que te refieres espacialmente, apenas he salido de mi ubicación laboral.
-Y… bueno hombre, cuentame, ¿qué es eso que me quieres mostrar? Cuando me llamaste parecías nervioso. Me tienes intrigado.
-De hecho es el producto del trabajo de estos seis meses lo que aquí te quiero mostrar. Sobra decir que esto que a continuación paso a enseñarte debe quedar en el hermetismo más frio por lo que a tu persona respecta.
-Ya ya… Troms, al menos sé que estos seis meses no han cambiado tu forma de hablar, ¿eh? En fin hombre, cuentame, enseñame ese nuevo invento. ¿Lo llevas en ese maletín?
-Efectivamente. Lo llamo el Cambiador de Materia.
-¿Cómo?
-El Cambiador de Materia.
-¿El “Cambiador”?
-Sí. Es un aparato, al cual se conectan dos elementos cualesquiera. Este complejo sistema por mi creado es capaz de convertir el elemento A en la materia del elemento B.
-No te entiendo, amigo. ¿ Y lo llamas el Cambiador de Materia?
-Pues… ¿Cual es el problema?
-Hombre, no sé, ni siquiera creo que exista esa palabra, “cambiador”.
-Es que es ello lo que ocurre, cambia la materia.
-¿Pero por qué no lo has llamado Transformador, o… Convertidor? En fin, queda muy poco elegante llamar a un invento el “Cambiador”. Es que no existe macho. El Cambiador de Materia, no sé…
Stefanep sonríe divertidamente mientras ve a su amigo confuso ante su alegato. Troms e pierde momentáneamente en la visión desoladora que se vislumbra esa noche tras la cristalera. Stefanep aprovecha y llama a la camarera.
-Hola, buenas. Eh.. queremos… Mmmhh, ¿eres nueva verdad?
-Sí.
-Ah bien ¿Cómo te llamas?
La mujer mira a techo con la clásica expresión indicadora de una paciencia en proceso de agotamiento, mientras se señala la chapa que lleva encima del bolsillo de su camisa.
-Mmmhh A…A-Aretha. ¿Aretha? Guau ¿Te llamas Aretha?
-Eso pone en la placa, ¿no?
-Sí, claro. Bien Aretha, un par de cafés para nosotros, si es posible con azucar moreno.
-Bien.
-Gracias – Stefanep ve alejarse a la gruesa camarera- Un poco arisca ¿no? Seguro que sus hijos la tienen contenta…
Troms vuelve de su letargo mental, como despertando de un sueño muy profundo.
-Es cierto, esa palabra no se adecúa. Transformador es más apropiado, probablemente.
-Ya. Bueno, sacalo hombre, enseñame esa pequeña joya que has inventado.
-Aquí está.
-Vaya vaya. Menudo cacharro. Hombre no tiene apariencia de aparato revolucionador del mundo pero…
-Creo que “revolucionador” no existe…
-¿Vas a por mi, inventor?. Jeje, cuentame, a ver…
-Bien, coges este cable, y con esta clavija lo conectas a cualquier elemento, por ejemplo, mi brazo.
-¿Me vas a hacer una muestra contigo de conejillo?
-No te preocupes, ya lo he hecho antes. Ahora coges este cable, y lo enganchas con este tenedor ¿ves?. Bien, a partir de este instante, tan solo hace falta pulsar el botón color salmón para que la materia que conforma al tenedor pase a convertirse en la materia que me compone a mí. En este caso, como el cable esta enganchado a mi piel, en carne.
-Coño, pues dale.
-¡Voila!
El tiempo se para en el Autoservicio. La soledad que impera más allá de la cristalera parece entrar a borbotones por todos los resquicios del bar para inundar todo el recinto. Como una implacable ola salvaje que engulle a todo lo que se mueve, el vacio más potente se hace alrededor de nuestra mesa número siete, en un momento de esos que parecen eternos en la memoria. Stefanep, en su pecualiar islote de vida en la que se ha convertido aquella mesa, abre los ojos hasta quedar con una muesca algo menos que grotesca.
-Ostia. Troms, ¡hombre… ese tenedor esta vivo! Coño, ¡me… me esta mirando, hombre!
-Eeuhhhh. Sí. Es algo que tengo que perfeccionar. Cuando el elemento que transmite la materia es un organismo vivo, de alguna manera cede también el aporte vital al otro elemento. Creo que lo podré solucionar.
-Pero… pero esto es increíble Troms. ¡Es genial! Es el invento del siglo. ¿Sabes la de utilidades que se le pueden dar a esto?
-¿No pensarás en crear un ejercito de tenedores vivientes para imponer tu particular “Régimen de Mao” aquí, no?
-Venga ya hombre. Con esto puedes acabar con los problemas de energia tio. Fuera talar más arboles, puedes crear madera de la tierra misma. Piensa en la energia… Manten lejos esto de las petroquimicas tío, van a querer esto para solventar su hundimiento irremediable. –Stefanep mueve con rapidez los brazos, nervioso y radiante- Tio, es que… ¡puedes convertir las vulgares piedras en oro!. Esto te va a hacer rico. Ostia, el tenedor se esta yendo, coño. Cogelo o van a descu…
-Ya, ya lo tengo.
-Bien. Bueno, ante todo, dime como lo has hecho, los postulados básicos. Por favor, ardo de curiosidad.
-Bien bien. La paciencia es dichosa virtud. Era de hecho bastante evidente, querido amigo: bansadonos en la composición química básica de cualquier elemento, uno solo tiene que…
-¿Qué?, ¿qué pasa?
-Date la vuelta, ¿qué coño hace ese tio que acaba de entrar con una sierra mecánica?. ¡Ostia!